CAPÍTULO 3
La
odisea de la playa
A
medida que el agua de la ducha actuaba como un bálsamo sobre mi dolorida
cabeza, iba dándome cuenta de la misión imposible que me esperaba.
Primero,
como llegar a la playa teniendo el coche en el taller. Segundo, como
encontrarla un 25 de julio con más gente en la playa que un domingo cualquiera
en Benidorm.
Mis
neuronas ya empezaban a conectarse unas a otras y recordé que tenía las llaves
de una moto de mi amigo Javier que me había dejado antes de irse de viaje a la
península esos días.
Pero
que moto era, me parece que me dijo que era una BMW antigua, y que la tenía en
un garaje cercano. Me vestí con un vaquero, una camiseta y metí el bañador y la
toalla en una mochila. Busqué en el armario y encontré un casco militar de esos
que parecen un orinal, solo que en color caqui. Cogí las llaves y me encaminé a
la aventura.
Siempre
me gustaron las motos, pero ni tenía carnet y hacía años que no conducía una.
Cuando
me situé delante da aquel vehículo que parecía de la segunda guerra mundial, me
preció inmensa con esos cilindros saliendo cada uno de ellos por un lado del
chasis.
Abrí
el deposito, tiré del estárter y me puse a dar sacudidas a la palanca de
arranque hasta que el motor se encendió.
Bueno
pensé, ahora solo falta ajustarme el casco y tirar para adelante por la autovía
del sur de Gran Canaria en dirección a la playa de Maspalomas.
Con
las motos pasa igual que con las bicicletas que una vez aprendes a montar no lo
olvidas.
Recuerdo
que hacía un sol de justicia y mucho viento, como era habitual en la zona del
Aeropuerto y Vecindario, pero la moto era grande y pesada y tenía estabilidad.
Iba tranquilo disfrutando de la carretera aun no teniendo carnet de moto, en
aquel entonces con el carnet de coche la policía muchas veces hacía la vista
gorda, no obstante, no vi ni una sola patrulla ni a la ida ni a la vuelta.
Por
fin llegué a la zona de aparcamientos de la playa, con la moto me permití el
lujo de casi aparcar al borde de las escaleras que daban acceso a la arena.
Descabalgué
como si se tratara de una yegua, le puse la pata de cabra y me aleje. Apenas di
unos pocos pasos cuando vi como la pata de cabra se hundía en la arena y la
moto caía a cámara lenta sobre uno de sus costados hasta quedar tumbada todo lo
larga y pesada que era.
La
vergüenza me hizo mirar a todos los lados, ¿qué pensarían los que me
estaban mirando?, pero yo muy decidido cogí la moto e intenté levantarla. Una
vez, dos veces, tres veces, las gotas de sudor me caían a chorro, y la jodía
moto apenas se levantaba unos centímetros y volvía a caer.
Fuera
vergüenza me dije, o pido ayuda o me quedo aquí para siempre, así que les
pregunté a unos chavales que estaban por allí si me podían ayudar y entre los
tres logramos ponerla en posición vertical. Incluso uno de ellos se ofreció a
traer una piedra plana donde apoyar la pata de cabra, que es lo que un
conductor experto habría hecho desde el principio.
Bueno
ahora sí, ahora ya podía subir las escaleras y asomarme a la playa.
Me
dieron ganas de volver junto a la moto,
tirarla al suelo y luego tirarme yo
también.
Que
era aquello, no se distinguían nada más que un mar de sombrillas y toallas con
el océano al fondo. Me senté en un murete, y me encendí un ducados. Pensé todo
esto para nada. No la encontraría, aunque me hubiese dicho el bikini que
llevaba, la zona donde se pondría o hiciera señales de humo.
Ya
era la hora de comer y me dije daré una vuelta por los distintos chiringuitos
que hay en el paseo que llega hasta el
Faro de Maspalomas. Más para comer yo algo que para coincidir con ella,
porque recordé que me dijo que se llevaban ella y sus amigas unos sándwichs y
un refresco para no moverse.
De vuelta para la ciudad me paré a la entrada, frente a la playa de las Alcaravaneras, por ver
si veía su coche , un seat 128 cupé rojo. Pero tampoco, así que después de
medio paquete de ducados me retiré a casa con la firme convicción de que esa
noche haría todo lo posible e imposible para volver a verla. Como así ocurrió,
pero eso lo dejo para un cuarto capítulo.
Me gusta el estilo se la narración, tiene una magia que te atrapa, también la descripción es detallista y te traslada a esas playas
ResponderEliminarMe gustó !!
ResponderEliminarLo imposible a veces resulta posible.
ResponderEliminarMe encanto, sentí todo, desde subirse a la moto, el viento, levantarla...la angustia en ese mar humano...debo seguir leyendo !! Saludos desde 🇨🇱
ResponderEliminaray pense que la encontrarias en la playa...
ResponderEliminarQue bonitos recuerdos no?. Imagino tu decepción al no poder encontrarla en la playa, pero con la ilusión del próximo encuentro.
ResponderEliminarFinalizando un capítulo, desesperada por el próximo...me encanta!!
ResponderEliminarPensé que la encontrarías... Seguimos leyendo!
ResponderEliminarMuy aágil y ameno el relato, Víctor. ¿Qué edad tenías en aquel entonces?
ResponderEliminarMe encanta tu relato.
ResponderEliminarSigo con mucho interés y espero ese encuentro.
Interesante tu relato,
ResponderEliminarveremos qué sigue