CAPÍTULO 15


La Venezuela de enero 1995. Parte III

Cuando aquella noche llegamos a nuestro dormitorio, Veva me preguntó qué pensaba de la propuesta. Estuvimos hablando largo y tendido tumbados en la cama mientras le daba un masaje en los pies, algo que a los dos nos encantaba. Ella aprovechaba cualquier momento para colocarme sus pies a mí alcance: en el sofá mientras veíamos la tv, en la terraza después de cenar, y si no, yo hacía por buscarlos para acariciarlos, eso pasó siempre y no decayó con el paso de los años.

Para lo alta que era tenía un pie pequeño y sin un solo defecto, además siempre los llevaba tan cuidados que incluso en el hospital muchos años más tarde todas las enfermeras le decían lo bonitos que los tenía, nunca se descuidó. Valga como ejemplo, que el día 27 de diciembre de 2019, sabiendo que ingresaba a primeros de enero no faltó a su cita con la pedicura para llevar sus uñas arregladas y pintadas. Era superfemenina. 

Bueno volviendo al dormitorio, en 1995,
Entrando a valorar el ofrecimiento, lo que menos nos importaba era la parte económica. Poníamos por delante la vida de nuestra hija en aquel ambiente de peligro. También pensábamos en nosotros que no estábamos habituados a vivir armados y pensando que la vida no vale más de unas deportivas de marca o de un reloj dorado.
La decisión ya estaba tomada y sabíamos que a Rosmari y a Pino les dolería, pero queríamos ser felices en España con nuestra hija. Las expectativas que traíamos, yo creo que se desvanecieron nada más bajar del avión de Iberia y salir al exterior por la puerta del  aeropuerto.

Fue al día siguiente cuando se lo comunicamos, no queríamos tenerles con falsas expectativas durante la semana que nos quedaba de estar allí y decírselo el último día.  Como supusimos, decírselo resultó difícil con el fin de hacerles el menor daño posible, aunque en el fondo no solo lo entendieron, sino que lo comprendieron.

Para la siguiente noche Pino había preparado un plan solo para hombres. No consistía en nada de lo que podríais imaginar. El plan consistía en ir de caza nocturna, bueno exactamente no sé cómo llamarlo.

A las 11 de la noche, después de cenar, pasaron a recogernos en una furgoneta pick up con varios focos en la parte de arriba.
Venían los hermanos y un primo de Pino, luego nos incorporamos él y yo.
La primera parada la hicimos en una licorería donde rellenamos, un inmenso baúl acondicionado como nevera, con mucho hielo, botellas de licor: whisky y ron fundamentalmente, y refrescos.

Allí repartieron armas y munición como si fuéramos a invadir algún otro país. A mí me tocó un winchester con mira telescópica, era pequeño y me pareció manejable.

Yo dentro de mi desconocimiento pregunté.
-¿Qué vamos a cazar de noche?
A lo que el primo de Pino contestó.
-Cazar no lo sé, pero puede disparar a todo ser viviente que vea: vacas, ovejas, conejos, babas (así denominan a los cocodrilos allá), a todo ser que se mueva “doctor”
Empezamos a tomar caminos de tierra a la vez que tomábamos cubalibres de ron en mi caso, o whisky con limón o naranja, en el caso de ellos. Solo Pino tomaba ron como yo.
La noche fue avanzando y los gatillos de las armas se iban calentando, hacía una noche tropical con unos 30 o 35 grados, y una humedad que rondaría el 90%. El alcohol ingerido provocaba más calor y más sudor. Los primeros tiros tímidos empezaban a sonar, pero yo no sabía bien a que estaban disparando.
-Dispare doctor, aquellas dos lucecitas que se ven a lo lejos en la laguna son los ojos de una baba, hay que apuntar entre las dos y disparar.
La verdad es que yo no entendía bien qué sentido tenía hacer aquello, porque no sabías si le habías dado o no, y además luego no podías recoger la pieza, en el supuesto de haberle acertado.

Lo de los conejos me parecía mejor, porque al día siguiente nos los podíamos comer a la parrilla o hacer un arroz con ellos. 
Así transcurrió la noche hasta que empezó a amanecer y yo empecé a temer por mi seguridad ya que los hermanos iban bastante bebidos y con armas en la mano, hasta Pino terminó disparando con su 38 a un conejo que nos desafió y ninguno de nosotros fue capaz de darle. Bueno yo creo que le dimos risa, eso sí.

Paramos a desayunar en un bochinche donde paraban las gandolas y me comí la mejor arepa de carne mechada con toque picante que he comido en mi vida.
Regresamos a casa sin bajas, sin balas, pero con tres conejos.

Aún queda el viaje al Puerto de la Cruz, y la excursión a una isla maravillosa repleta de iguanas, con un chiringuito en plena orilla de la playa y con unas langostas recién pescadas y una cerveza tan fría que quitaba el sentido. 

Pero lo dejamos para el siguiente capítulo, vale…

Comentarios

  1. No aceptar la oferta, me parece la mejor decision.
    Dejar tu tierra, para ir a un submundo así, hubiera sido una locura.
    Y encima iban de cacería, a cazar cualquier animalito!
    Involucionados totales, con razón Chávez convirtió a ese pueblo en lo q es hoy.

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    1. Lo de submundo está un poco demás, Víctor vivió una experiencia particular, no se puede generalizar. Soy venezolana y se lo que le digo.

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  2. Saludos, lo sigo hace picoteo en Twitter, me gusta su manera de escribir, muy linda historia. Soy de Venezuela, que lástima que en aquel entonces no pudo conocer lo mejor de Venezuela y de la mano de gente buena. Como decimos aquí quien no la debe no la teme, quien tanto se cuida por algo será. Saludos y mis respetos.

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